12.9.09

Sembrando Conciencia

El siguiente ensayo fue escrito por Ángel Berón, estudiante de 2º año del Bachillerato.


Sembrando conciencia


Por Ángel Damián Berón



¿Por qué las instituciones, a quién le conviene que las personas se droguen?


En los últimos 30 años la Corte Suprema de Justicia tomó decisiones diversas, incluso contradictorias, con respecto a la tenencia de marihuana para uso personal. En 1978 estableció el caso “Colarini” que sancionaba esta práctica, pero en 1986, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, La Corte volvió a examinar el conflicto y corrigió la sentencia con el caso “Bazterrica” en el que declaró inconstitucional la penalización de tenencia de estupefacientes en pequeñas cantidades por considerarla una cuestión privada y ajena a la autoridad judicial. Durante 4 años los fallos de todos los casos siguientes siguieron esta postura hasta que en 1990 con la llegada de Menem y sus prácticas neoliberales junto a las relaciones carnales con EE.UU., una Corte Suprema ampliada de 5 a 9 integrantes retomó el criterio del caso “Colarini” y, al igual que en la dictadura militar, volvió a penalizar la tenencia. También se sancionó la ley nacional Nº 23.737 de estupefacientes, que castiga nuevamente la tenencia para consumo.

Castigo significa una condena penal al consumidor de drogas, que genera un circuito de criminalización que no facilita la prevención y, por el contrario, es una fuente de exclusión social, familiar y laboral de los/as afectados/as. Es ahí cuando se vuelve contra los derechos humanos porque no protege la dignidad y la salud de, en tal caso, un enfermo, incluso legislando contra el artículo Nº 19 de nuestra Constitución, que contempla el uso de drogas como un acto privado que no ofende el orden o la moral pública, ni afecta a terceros.

La penalización supone una estrategia muy costosa para el Estado, que implica vigilancia, control, proceso judiciales y altos niveles de encarcelamiento para el consumidor, mientras que no se registra sentencia a ningún narcotraficante. Las prohibiciones que actualmente pesan sobre la marihuana y su uso fueron establecidas particularmente en los EE.UU. con el fin de controlar y desprestigiar a las minorías étnicas y así se transformaron en un excelente instrumento policial y judicial sobre los grupos más marginados y excluidos del sistema social, como ser los pobres, los extranjeros y los jóvenes, quienes, al ser criminalizados, solo se logra marginarlos aún más.

La clave está en la información, en la educación y no en la persecución, porque las políticas y campañas hasta el momento no hicieron disminuir su consumo sino todo lo contrario. Las leyes y políticas públicas deben estar orientadas hacia los intereses de la gente, hacia los intereses de los implicados en las casi 13.000 causas que se registraron en el año 2006 por “tenencia para consumo”, y no hacia la protección de las mafias que manejan el tráfico internacional, el circuito de corrupción y el lavado de dinero. Los 200 millones de pesos que gastó el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación con 9.056 causas que fueron sobreseídas o desestimadas en el año 2006 deben, tras la despenalización ser invertidos en políticas presupuestarias destinadas a la educación, el trabajo, la vivienda y la salud de todos.

Energizantes, complejos vitamínicos, antidepresivos, sedantes, ansiolíticos. ¿Cuántas de estas prótesis pueden comprarse en el kiosco o la farmacia? ¿Cuántas sirven para enfrentas “las exigencias diarias”? ¿Podríamos prohibirlas?¿Existe alguna propaganda que aconseje al oficinista que ante el cansancio reclame trabajar menos horas o se duerma una siesta, en vez de tomar un café o clavarse una pastilla? Bienvenidos al desierto de lo real: en un mundo tan “dinámico, “agitado”, ”exigente”, y ”competitivo” no es raro que fumarse un porro sea delito, aunque, asumiéndolo o negándolo, todos nos drogamos todos los días. Elegir que consumir, a esta altura, más que un asunto de Estado, parece una cuestión de mercado. Luego, la suerte legal, que nos priva de nuestra propia privacidad, es la encargada de decirnos si debemos ir con el farmacéutico o al dealer de turno, si somos simples consumidores o adictos-criminales condenados al oscurantismo.

Encendamos nosotros la vela, de una vez por todas: si no impulsamos un consumo responsable ni nos informamos sobre los efectos y características de lo que elegimos consumir, estaremos siempre a merced de quienes se benefician con el silencio. El abuso de sustancias adulteradas, la corrupción policial, el desconocimiento generalizado, las leyes con multas en australes, y las absurdas políticas de represión en un contexto social de pobreza, desigualdad y marginación progresivas resumen lo que algunos sintetizan como “el problema de la droga”. Evidentemente, el prohibicionismo no pudo ni podrá solucionarlo, pero tampoco servirá de mucho una libertad sin responsabilidad, ya que esta es inherente al derecho a elegir libremente que consumimos o dejamos de consumir. Y de eso, por suerte, sabe bastante la actual Corte Suprema, a diferencia de muchos políticos y jueces que no dejan de fumarse nuestro derecho a fumarse a tener una planta. Insisto, el primer paso es informarse. Sólo hablando claramente, sin mentiras ni disfraces, puede contribuirse a un debate fundamentado que normalice la situación actual. Por el momento las ficciones más berretas dominan nuestro derecho a elegir.

Las drogas son y serán siempre auxiliares válidos para la vida humana, y su uso se ha mantenido desde tiempos inmemoriales. Algunas se adaptaron mejor o peor a la situación que les tocó en suerte; bien lo ha dicho Albert Hoffmann a sus espléndidos 100 años: el LSD, una sustancia sagrada para muchos, fue utilizada en los 60 para fines bélicos y represivos. Algunos años después, un joven Symms deliraría con Belladona en medio de la sociedad paulista, cumpliendo el precepto de Hoffmann: “vivenciar y conocer más facetas de la realidad nos la vuelve más real”.


Ok, todo bien, todos tenemos nuestras plantitas en nuestro balcón o terraza, todos cosechamos nuestro porro, todos fumamos algo rico, pero... ¿están seguros? Yo no, yo no estoy seguro. Es más, yo estoy inseguro, muy inseguro. Por muchos motivos. Entre estos, por eso que se ha dado en llamar la inseguridad. Y la inseguridad, como todos saben, es lo más terrible que nos está pasando actualmente a todos los argentinos, sin distinción de credo, condición social o banderas políticas. Tiene razón el cura Guillermo Marcó, tiene razón el rabino Sergio Bergman, tiene razón Francisco de Narváez, y tiene razón Carolina Baldini, la ex-esposa del Cholo Simeone: el problema más grave que tiene hoy la Argentina es la inseguridad. Y también tiene razón el Jefe de Gabinete del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Alberto Pérez, cuando asegura que “la culpa de la inseguridad la tiene la droga”. ¿No me creen?

En septiembre pasado apareció una nota en La Nación titulada: “Como la inseguridad cambió nuestras vidas” , en donde se aconsejaba “que hacer frente al flagelo”. ¿Como, cambió al flagelo económico? ¿O se dice canon flagélico? Quiero decir, yo tenía entendido que el flagelo de moda es la inseguridad.

Pido disculpas por citar un artículo tan viejo. Porque, se sabe, si hablamos de inseguridad, en septiembre pasado había una leve esperanza de salir a la calle y volver a casa ilesos; hoy en día sí que eso es imposible. Porque como todos saben, hay mucha inseguridad. Entonces tiene razón La Nación en preocuparse. Y también tiene razón todos los demás medios en preocuparse.

¿A quién le van a creer ustedes? ¿A una señora mayor, zurda, y solterona como Carmen Argibay, que dice que el tema de la inseguridad está inflado por los medios? ¿O a los medios que, como todo el mundo sabe, siempre dicen la verdad porque eso dice el juramento hipocrático de los periodistas? Si no me creen que en la Argentina hoy hay mucha inseguridad, les doy un par de datos elocuentes. Un par de datos que están al alcance de todos y que, al leerlos, es probable que no les den ganas de salir de sus casas.


Cuidado, porque como dice mi amigo Fernando Sánchez, hay serios peligros de que pronto en la Argentina haya un “inseguricidio”.


La inseguridad del hambre: la inseguridad es la mayor causante de muertes evitables en la Argentina. Aclaremos que la inseguridad se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es la desnutrición infantil. Claro, si un chico pasa hambre, ¿cómo puede sentirse seguro? Y en la Argentina la inseguridad que produce la desnutrición infantil mata alrededor de 300.000 chicos por año. Casi 1.000 chicos por día. De esos 1.000 chicos por día que mueren víctimas de la inseguridad que les produce no tener un plato de comida, 30 son menores de 1 año. Todos estos datos pueden chequearse en Nutrired Infantil (www.nutrired.org), una pagina web que vincula a las 3.500 ONGs que luchan contra la desnutrición infantil. O sea, contra la inseguridad. A propósito, ¿3.500 ONGs? ¿No será mucho? ¿O sea que si cada una se ocupara de 100 chicos por año se evitarían las muertes por desnutrición infantil en la Argentina? Y... podría ser una buena forma de combatir la inseguridad de no tener que comer.

Pero sigamos, que no quiero hablarles de ONGs, sino de inseguridad. Para que muera de hambre un chico menor de 1 año tienen que producirse unos cuantos inconvenientes. Sucede que los niños menores de 1 año tienen un recurso alimenticio con el que no cuentan los chicos más grandes, ni los adolescentes o adultos. Porque los chicos menores de 1 año toman la teta. La gran mayoría de los chicos menores de 1 año víctimas de la inseguridad que les produce el hambre no tienen a sus madres. O sus madres están tan desnutridas como ellos, también víctimas de la inseguridad no les dan la teta por pura ignorancia. Que es otra forma. Las madres de la inseguridad del hambre muchas veces también sufren las consecuencias de otro terrible flagelo que sucede a la sociedad argentina: el analfabetismo.


La inseguridad del analfabetismo: según el último censo nacional, realizado por el INDEC en el año 2001, en la Argentina hay 961.632 analfabetos puros. Si, si: casi un millón de personas que no saben leer ni escribir. Pero además hay 3 millones y medio de personas que no terminaron la escuela primaria. O sea, gente que no dudaría en calificar como “una experiencia literaria profunda” haber leído alguna vez, y con esfuerzo, un videograph de Telenoche o C5N. Y es lógico que la gente que no sabe leer ni escribir se sienta muy insegura.

La inseguridad que produce el analfabetismo es un tema que alertó de tal modo a las autoridades que varios gobiernos provinciales decidieron apoyar la iniciativa de 3 docentes argentinos e implementar el plan “Yo si puedo” de alfabetización de personas mayores de 15 años que abandonaron la escuela. Lo curioso es que el plan fue creado en Cuba, un país con ingresos per cápita muy inferior al de la Argentina. Pero, evidentemente, más seguro. Al menos en lo que se refiere a la seguridad que da la lecto-escritura.

A la inseguridad de la falta de educación se le suma la inseguridad en la calidad de la educación. Y con esto no sólo me refiero a la inseguridad de las escuelas que se vienen abajo o a la inseguridad de los docentes mal pagos. En el último número de la revista MU se publicó una investigación muy interesante sobre la inseguridad en los planes de estudio de algunas universidades argentinas. La nota de MU demuestra que la carrera de Biología de la Universidad de Lomas de Zamora está al servicio de Monsanto, la empresa que fabrica y comercializa semillas transgénicas. Y que existen muchas otras universidades públicas que producen este mismo esquema de “centro de investigación” cautivo. Monsanto tiene hoy el monopolio de las semillas de soja. Y sus productos están causando un daño irreparable en el suelo argentino. Porque, a todo esto, no se si les conté que en la Argentina hay también una terrible inseguridad ambiental.


La inseguridad ambiental: leishmaniasis, leptospirosis, dengue, mal de Chagas, fiebre amarilla. Muchas de estas enfermedades se creían superadas en el país. Y otras estaban en franco retroceso. Al menos eso es lo que se creía. Hace algunos meses Clarín -un diario muy responsable, que viene ocupándose día tras día sobre la inseguridad- advirtió en su tapa sobre una epidemia de dengue en el Chaco. En el plan estratégico 2001-2008, los científicos explican que por las elevadas tasas de pobreza las proviencias tiende al riesgo sanitario. Y que mientras las capas medias y altas tienen los mismo problemas de salud que los países más desarrollados, los sectores más pobres tienen los mismo problemas de salud que los países menos desarrollados.

Sin embargo la pobreza es solo una parte de asunto. La otra es el daño ambiental, que produce la propagación de varias enfermedades tropicales. Y que va de la mano con la pobreza, porque quienes más sufren estas consecuencias, de modo directo, son los más pobres. Aunque los daños no tardarán en llegarnos a todos.

El daño ambiental se produce por el desmonte, que a su vez trae sequía, inundaciones, o, en Tartagal, aludes y la pérdida de esculturas naturales y nativas, producto de la minería, como en Santa Cruz. Y también por la contaminación, como ocurre con el cianuro en las minas de oro en San Juan. A propósito, ¿sabían que las empresas mineras y petroleras no pagan retenciones? Es una suerte que en medio de semejante ola de inseguridad algunos grupos económicos que apuestan por el país puedan gozar de una merecidísima seguridad jurídica. La seguridad jurídica no es para todos porque lo que reina en Argteentina actualmente es la inseguridad. Hablamos hasta ahora de la inseguridad del hambre, de la inseguridad del analfabetismo, y de la inseguridad ambiental. Pero hasta el momento no hemos hablado de armas y en los noticieros y en los diarios, cuando se habla de inseguridad, se habla de gente armada.


Hablemos de gente armada que causa inseguridad.


La inseguridad del gatillo fácil: durante los primeros 25 años desde la llegada de la democracia hubo 2.560 personas asesinadas, víctimas de la inseguridad. Unas 100 personas por año. Poco más de la mitad de esas personad tenía menos de 25 años. Y dos tercios tenía menos de 25. Todas esas personas fueron víctimas de las armas y de la tortura de los delincuentes que integran las, valga la paradoja, “Fuerzas de Seguridad”.

Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández fueron los que tuvieron las cifras más altas de víctimas de la inseguridad del denominado “gatillo fácil” y la tortura. Poco más de 1.000 muertos en 66 meses, según datos hasta el 30 de noviembre. Es decir, 16 por mes, una víctima cada 2 días. Todas estas cifras figuran en los archivos de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI).

En el último boletín de la CORREPI se informa sobre el caso de Maximiliano Alexis Rodríguez, un chico de 14 años muy pobre y adicto al paco que vivía en el Barrio San Ignacio, en la ciudad de Córdoba. El pobre Maximiliano, en medio de un delirio después de unas dosis de paco, se subió al techo de su casa. Los padres, angustiados, llamaron a la policía para que hiciera algo. Cuando la policía llegó, el Cabo Carlos Darío Argüello le disparó al pibe al esternón con balas antidisturbios, a menos de 1 metro de distancia.

Obviamente, Maximiliano murió al instante. La policía argumentó que el chico quiso agredirlos, pero el pibe estaba totalmente dado vuelta e indefenso. El juez le creyó a la policía y cerró la causa. Porque en el Argentina hay también una terrible inseguridad judicial. Pero, sobretodo, el caso de Maximiliano Rodríguez confirma que en la Argentina el problema de la inseguridad pasa por la droga.

La inseguridad de la droga: no voy a ser yo quien les revele el enorme problema de inseguridad que genera la droga. En primer lugar, la misma idea de “droga” genera inseguridad. Porque las drogas, por más blandas que sean, son ilegales. Entonces hoy, si te agarran con un porro, vas en cana, digan lo que digan la Corte y Aníbal Fernández[1]. Y ni hablar si te agarran con otro tipo de droga, un poco más dura.


En mi caso personal les cuento que soy naturalmente muy acelerado para tomar merca. Ni café tomo, porque un poco de cafeína me despabila demasiado. Sin embargo no toda la gente es como yo. Y si hay un consenso como para darle un estatus entre espiritual y místico a la marihuana, pido respeto para los consumidores de cocaína. Claro que, pobres, ellos sí que son víctimas de la inseguridad. Porque una cosa es una planta que, mal que mal, es bastante natural, por más prensado meado que sea. En cambio la merca sí que es insegura.

¿Alguien puede saber, a ciencia cierta, con que se corta la cocaína? ¿Y alguien puede tener certeza de cuando es pura? Lo mismo sucede con lo ácidos, con el éxtasis, o con tantas otras drogas químicas. En ese caso, el problema de la inseguridad es grave. Y, por supuesto, ni hablar del paco. ¿Desde cuando un residuo puede adquirir el estatus de droga? Es como llamar “comida” a los huesos del pollo después de haberlo usado para hacer un buen caldo.

Como les dije, no consumo drogas químicas, ni comida chatarra. Mucho menos paco. Entonces, como hablé ya demasiado de la inseguridad a la que están expuestos los demás (porque tampoco soy analfabeto, ni indigente, ni víctima del gatillo fácil) voy a hablar de mis propios problemas de inseguridad. Y más precisamente de mi inseguridad y mis drogas.

Lo admito, a veces fumo prensado. Por eso quiero denunciar la inseguridad que me produce el hecho de que el paraguayo venga cada vez con más semillas, más seco, y con más ramas. Una inseguridad que siento yo que y que también siente el papel de armar. Porque las ramas te hacen mierda cualquier papel, hasta el ombú más grueso. De modo que, si algún líder opositor, mediático, religioso, o todo eso junto está dispuesto a escuchar mi reclamo, soy capaz de agarra una vela, ir a Plaza de Mayo, y hasta escucharme un recital entero del coro Kennedy. Porque la inseguridad es un problema que me preocupa, y mucho.


Desnutridos, analfabetos, pobres, sequías, pestes, plagas, inundaciones, basura, fusilados, torturados, paco, merca mal cortada, porro berreta: tienen razón los noticieros, Susana Giménez, y Blumberg, en este país el problema más grave, por lejos, es el de la inseguridad.



[1] Este ensayo fue escrito antes de la resolución de la Corte Suprema de Justicia de la Nación del 25/08/2009, relacionada con la despenalización del consumo de marihuana.

3 comentarios:

mama en lucha dijo...

despues de aver conocido a mi compañero k realiso este escrito un dia en el salon le comente kmi hijo era adicto i muy acelerado .nervioso ,el me esplico sobre lo bien k asia la mariguana en personas con estas patologia.yo como mama no kiero k consuma nada ,pero despues de un año de luchar contra la adicciones de mi hijo recuerdo lo dicho por mi compañero,y hoy en dia acepto k fume y k calme su ansiaedad k le produse esta socieda.estres,impotencias,inseguridad.etc.

mama en lucha dijo...

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